lunes, septiembre 27, 2010

Música para menores

Pese a no ser un texto estrictamente poético, decido compartirlo con los lectores de este blog. Lo acabo de rescatar de mis archivos.


Música para menores

Hicieron una asamblea los músicos titulados de la ciudad. Hasta entonces, se habían limitado a interpretar obras de compositores clásicos y, en contadas ocasiones, habían tocado también composiciones de reconocidos autores modernos para dar un nuevo aire a sus conciertos.

En la asamblea, además de polemizar sobre su situación laboral, precariedad en su contratación, bajos salarios, bla, bla, bla, hablaron sobre el público.

Educado, bien vestido, culto, pedante, vanidoso, rico y sabelotodo, el director de la orquesta oficial se vanagloriaba, comentando apasionadamente lo satisfecho que estaba por tener un público tan fiel, tan melómano y tan entusiasta, decía que recibía los aplausos como un premio personal a su esfuerzo por tantos años de estudio y sesiones de trabajo para coordinar todos los instrumentos (lo decía como si los instrumentos fueran autónomos y no tuvieran intérprete).

Uno de los violinistas jóvenes decidió intervenir, interrumpiendo tanto yo, yo, yo, del director. Dijo una sola frase: "nunca hay niños entre nuestro público". Suscitó murmullos que se convirtieron pronto en discusiones cruzadas y a continuación en gritos ininteligibles. El director, enfurecido por aquel comentario, rojo de ira y con las narices hinchadas era de los que más gritaban diciendo que los niños eran molestos, impertinentes y zafios que no sabían apreciar la buena música... Ya sólo se oía su voz... Todos callaron, y esperaban en secreto que el director reventara.

Pero no reventó. La fatiga le hizo callar, circunstancia que aprovechó la violoncelista para decir que si no había niños en los conciertos era porqué las entradas eran caras y los menores carecían de ingresos, dado que no tenían un trabajo remunerado a pesar de hacer tantos deberes. La violoncelista era graciosa pero ingenua.

El pianista, padre de cuatro hijos, y gran conocedor de los gustos infantiles, dijo que los niños se aburrían en los conciertos. Propuso componer nuevas obras, amenas, de corta duración, rítmicas, ágiles, incluso bailables... Los compañeros del pianista se mostraron muy favorables, acogieron la propuesta con entusiasmo y empezaron ya a hablar de la idea como un proyecto consolidado. Y el director gritó de nuevo diciendo que él se negaba a dirigir obras menores.

-Señor- decía con prudencia el violonista- , no hablamos de obras menores, sino de obras para menores...

El "señor", indignado, abandonó la asamblea dando un sonoro portazo. Aquel estruendo fue el principio de una obra musical titulada "Cuando huye el oso".

En otoño celebraron el concierto. Acudió público de todas las edades. Los menores y los abuelos entraron gratis gracias a una subvención del Ayuntamiento. Nadie dirigía; el pianista, con ligeros movimientos de cabeza, daba las indicaciones pertinentes y oportunas a sus compañeros. Fue un éxito.

El ex-director buscó trabajo en una granja de cerdos de las afueras.

El concierto de invierno fue también un éxito. Tocaron "Qué mala suerte, pobres cerditos".

Al llegar la primavera, niños y niñas esperaban con ansiedad la velada musical a ellos dedicada. La obra " Moscas en el almendro" fue largamente aplaudida.

En verano no hubo concierto, pero sí vacaciones.

Aquellos conciertos se convirtieron en costumbre y tradición en la ciudad, se repetían año tras año.

El antiguo director falleció un martes del mes de febrero, y fue enterrado bajo el único almendro del cementerio. El almendro estaba en flor.