domingo, febrero 21, 2010

Comida por colores

En casa se come por los colores de los alimentos, así, los lunes toca comer verde: espinacas, tortilla de alcachofas y kiwi, los martes, blanco: espárragos con mayonesa de bote , bacalao y arroz con leche, los miércoles anaranjado: crema de zanahorias, langosta y mandarinas, los jueves, amarillo: arroz con azafrán y plátano, los viernes le toca al negro: lentejas, calamares en su tinta y de postre, tarta de chocolate, los sábados, el arco-iris : ensaladilla rusa, carne con verduras y macedonia de frutas. Considérense los menús mencionados como meros ejemplos: las variedades de platos para cada gama de color son grandes, y la imaginación culinaria de mi madre, grande también.

Los domingos, vamos al restaurante y cada uno pide lo que quiere, en función de los déficits pigmentarios individuales.

Lo que a mí me parecía una costumbre generalizada en todos los hogares, resultó ser, para mi sorpresa, una extravagancia de mi familia. Efectué ese descubrimiento cuando el jefe de mi padre nos invitó a comer un día de verano en su segunda residencia, una casa situada en una urbanización de las afueras de la Glorieta Cólume. Yo tenía ocho o nueve años, y unas ganas inmensas de comer amarillo, porque era jueves. Pero allí lo único amarillo eran el vestido de la señora y los mocos de sus hijos. Quedé perpleja ante aquel menú para invitados: ensalada de verano, riñones al jerez y polvorones. Cuando tímidamente pregunté a mi madre porqué la comida no era amarilla si era jueves, los mocosos se rieron y sus padres se miraron y lo dijeron todo con los ojos. Dijeron textualmente: esta niña es tonta. Así fue cómo a mi padre le incluyeron una "ayuda familiar especial" en su hoja salarial, y a final de mes, cobró más. Su jefe era muy sensible a las desgracias ajenas, y al suponer que yo era deficiente, consideró oportuno ofrecer una paternalista ayuda económica a mi familia para costear posibles consultas a algún afamado especialista.

Mis padres, contentos por el aumento y por que me sabían lista, decidieron organizar una merienda especial en casa; abundaron las rosquillas, galletas, caramelos de café con leche y batidos de avena y cacao.

Desde aquel día, quedaron instauradas e institucionalizadas las meriendas de los domingos de color marrón claro en casa.

Ahora que ya soy mayor (ayer cumplí dieciséis), he decidido que mi indumentaria tiene que adecuarse al color del alimento diario, y tras comunicarlo a mi familia, y explicarles que en el fondo es un detalle para conseguir mayor armonía, todos han considerado la posibilidad de hacer suya mi decisión. Ahora el problema será nuestro para conseguir el variado ropaje imprescindible. Mi padre ha decidido invitar a su jefe a merendar a casa el domingo próximo, y me ha preguntado si seré capaz de babear lo necesario para conseguir aumentar sus ingresos mensuales. Lo necesitamos para ampliar nuestro vestuario. Creo que estaré a la altura de las circunstancias.

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