Encontré una palabra
Sobre si la palabra es "zaguán",
"araña", "rincón" o "azafrán"
hoy los sabios discuten
e ignoran que se ayudan todas
para salir frente a ti y explicar
esta historia que me acabo de inventar.
Poemas para niños y niñas
Una señorita
bien acicalada
que su pelo tinta
con raya dorada.
Diadema de flores,
falda de colores.
Estrellas a juego
con jugos y sabores.
Fresas por el suelo
y en las ramas, promesas,
que acabado el invierno
serán frutas en el cesto.
Pese a no ser un texto estrictamente poético, decido compartirlo con los lectores de este blog. Lo acabo de rescatar de mis archivos.
Música para menores
Hicieron una asamblea los músicos titulados de la ciudad. Hasta entonces, se habían limitado a interpretar obras de compositores clásicos y, en contadas ocasiones, habían tocado también composiciones de reconocidos autores modernos para dar un nuevo aire a sus conciertos.
En la asamblea, además de polemizar sobre su situación laboral, precariedad en su contratación, bajos salarios, bla, bla, bla, hablaron sobre el público.
Educado, bien vestido, culto, pedante, vanidoso, rico y sabelotodo, el director de la orquesta oficial se vanagloriaba, comentando apasionadamente lo satisfecho que estaba por tener un público tan fiel, tan melómano y tan entusiasta, decía que recibía los aplausos como un premio personal a su esfuerzo por tantos años de estudio y sesiones de trabajo para coordinar todos los instrumentos (lo decía como si los instrumentos fueran autónomos y no tuvieran intérprete).
Uno de los violinistas jóvenes decidió intervenir, interrumpiendo tanto yo, yo, yo, del director. Dijo una sola frase: "nunca hay niños entre nuestro público". Suscitó murmullos que se convirtieron pronto en discusiones cruzadas y a continuación en gritos ininteligibles. El director, enfurecido por aquel comentario, rojo de ira y con las narices hinchadas era de los que más gritaban diciendo que los niños eran molestos, impertinentes y zafios que no sabían apreciar la buena música... Ya sólo se oía su voz... Todos callaron, y esperaban en secreto que el director reventara.
Pero no reventó. La fatiga le hizo callar, circunstancia que aprovechó la violoncelista para decir que si no había niños en los conciertos era porqué las entradas eran caras y los menores carecían de ingresos, dado que no tenían un trabajo remunerado a pesar de hacer tantos deberes. La violoncelista era graciosa pero ingenua.
El pianista, padre de cuatro hijos, y gran conocedor de los gustos infantiles, dijo que los niños se aburrían en los conciertos. Propuso componer nuevas obras, amenas, de corta duración, rítmicas, ágiles, incluso bailables... Los compañeros del pianista se mostraron muy favorables, acogieron la propuesta con entusiasmo y empezaron ya a hablar de la idea como un proyecto consolidado. Y el director gritó de nuevo diciendo que él se negaba a dirigir obras menores.
-Señor- decía con prudencia el violonista- , no hablamos de obras menores, sino de obras para menores...
El "señor", indignado, abandonó la asamblea dando un sonoro portazo. Aquel estruendo fue el principio de una obra musical titulada "Cuando huye el oso".
En otoño celebraron el concierto. Acudió público de todas las edades. Los menores y los abuelos entraron gratis gracias a una subvención del Ayuntamiento. Nadie dirigía; el pianista, con ligeros movimientos de cabeza, daba las indicaciones pertinentes y oportunas a sus compañeros. Fue un éxito.
El ex-director buscó trabajo en una granja de cerdos de las afueras.
El concierto de invierno fue también un éxito. Tocaron "Qué mala suerte, pobres cerditos".
Al llegar la primavera, niños y niñas esperaban con ansiedad la velada musical a ellos dedicada. La obra " Moscas en el almendro" fue largamente aplaudida.
En verano no hubo concierto, pero sí vacaciones.
Aquellos conciertos se convirtieron en costumbre y tradición en la ciudad, se repetían año tras año.
El antiguo director falleció un martes del mes de febrero, y fue enterrado bajo el único almendro del cementerio. El almendro estaba en flor.
En casa se come por los colores de los alimentos, así, los lunes toca comer verde: espinacas, tortilla de alcachofas y kiwi, los martes, blanco: espárragos con mayonesa de bote , bacalao y arroz con leche, los miércoles anaranjado: crema de zanahorias, langosta y mandarinas, los jueves, amarillo: arroz con azafrán y plátano, los viernes le toca al negro: lentejas, calamares en su tinta y de postre, tarta de chocolate, los sábados, el arco-iris : ensaladilla rusa, carne con verduras y macedonia de frutas. Considérense los menús mencionados como meros ejemplos: las variedades de platos para cada gama de color son grandes, y la imaginación culinaria de mi madre, grande también.
Los domingos, vamos al restaurante y cada uno pide lo que quiere, en función de los déficits pigmentarios individuales.
Lo que a mí me parecía una costumbre generalizada en todos los hogares, resultó ser, para mi sorpresa, una extravagancia de mi familia. Efectué ese descubrimiento cuando el jefe de mi padre nos invitó a comer un día de verano en su segunda residencia, una casa situada en una urbanización de las afueras de la Glorieta Cólume. Yo tenía ocho o nueve años, y unas ganas inmensas de comer amarillo, porque era jueves. Pero allí lo único amarillo eran el vestido de la señora y los mocos de sus hijos. Quedé perpleja ante aquel menú para invitados: ensalada de verano, riñones al jerez y polvorones. Cuando tímidamente pregunté a mi madre porqué la comida no era amarilla si era jueves, los mocosos se rieron y sus padres se miraron y lo dijeron todo con los ojos. Dijeron textualmente: esta niña es tonta. Así fue cómo a mi padre le incluyeron una "ayuda familiar especial" en su hoja salarial, y a final de mes, cobró más. Su jefe era muy sensible a las desgracias ajenas, y al suponer que yo era deficiente, consideró oportuno ofrecer una paternalista ayuda económica a mi familia para costear posibles consultas a algún afamado especialista.
Mis padres, contentos por el aumento y por que me sabían lista, decidieron organizar una merienda especial en casa; abundaron las rosquillas, galletas, caramelos de café con leche y batidos de avena y cacao.
Desde aquel día, quedaron instauradas e institucionalizadas las meriendas de los domingos de color marrón claro en casa.
Ahora que ya soy mayor (ayer cumplí dieciséis), he decidido que mi indumentaria tiene que adecuarse al color del alimento diario, y tras comunicarlo a mi familia, y explicarles que en el fondo es un detalle para conseguir mayor armonía, todos han considerado la posibilidad de hacer suya mi decisión. Ahora el problema será nuestro para conseguir el variado ropaje imprescindible. Mi padre ha decidido invitar a su jefe a merendar a casa el domingo próximo, y me ha preguntado si seré capaz de babear lo necesario para conseguir aumentar sus ingresos mensuales. Lo necesitamos para ampliar nuestro vestuario. Creo que estaré a la altura de las circunstancias.
Foto: "Rosa" acuarela de M. Barriel
Desafía a un otoño pertinaz,
de ancho y largo recorrido.
El paisaje anochece,
y abajo, en la ciudad
remonta la noche
por las laderas de los suburbios,
por las plazas de los selectos barrios,
por las calles de trazado cuadrangular
mientras las luces relucen
y en las casas reina el aroma,
humo y fuego que quema,
llama de vela,
cocina en plena faena:
cena de Nochebuena.
Han tenido familia Leer
y su esposa Lectura,
les crecen sus hijos Lector y Lectora
y cuando es domingo vienen a comer
los primos mellizos Leamos y Leemos,
que gustan del silencio y del bienestar
de tan confortable espacio singular.
Llegan por la tarde a merendar
Leeremos y Leímos,
sus más entrañables vecinos
que saben disfrutar de ser tan amigos.
Cuando la noche se adueña del hogar
todos se ponen a bailar
y así la fiesta entre letras y libros
y legajos y papiros y manuscritos
se convierte en un gran festival.
Llegan entonces los ogros, las brujas,
las hadas, los monstruos,
llegan impresores de la antigüedad.
Llegan sirenas y habitantes de las cabañas,
los duendes de villas en ruinas,
los seres que viven en el fondo del mar,
los sabios, algunos alquimistas,
y momias egipcias que han conseguido resucitar.
Pasan veinticuatro años
y nacen los nietecillos;
son trillizos los niños.
Se llaman Lectorcillos.
Lectorcillo primero
se prepara para ser bombero.
Lectorcillo segundo
no cursa estudios y será vagabundo.
Lectorcillo tercero
aunque estudia derecho será torero.
Las fiestas de los domingos
adquieren ahora un nuevo matiz
renovando visitas
al celebrar tan fastuoso festín.
Frecuentan el baile
fantasmas y frailes,
astronautas y ministros del aire,
clarinetistas y payasos de cuatro brazos.
Danzan astronautas y nobles
que usan bisoñé.
Danzan damas de cuello fino,
y grullas damiselas en suelos de parquet.
Se asoma el sol
cada mañana,
reparte sus rayos
entre prados y montañas.
Y en su paseo diario,
es todo luz el sol en este escenario
que llamamos cielo
y enmarca la Tierra en todo tiempo.
Cuando la noche quiere nacer
y ocupar con su oscuridad nuestro espacio,
se oculta el sol
para dejarnos flotando en los sueños.